Por más que intento identificar y extraer de los aspectos tecnológicos,
metodológicos y herramentales las claves para generar en las actividades
intensivas en conocimiento, valor sostenido eficaz y eficientemente, siempre
termino en los aspectos organizacionales, personales y éticos más
próximos a la emoción que a la razón.
Mucho me temo que es en el ámbito de los anhelos personales
y no en el de los objetivos empresariales donde se juega la verdadera batalla
de la competitividad.
Percibo que estamos consumiendo desmesurados recursos en
definir estrategias, planificar, controlar, gestionar personas, hacer roadmaps,
dibujar organigramas y elaborar procedimientos. Y al mismo tiempo, dedicamos
muy poca atención a saber cómo conseguir
que las personas sean felices en su trabajo, residiendo aquí el mayor
potencial de mejora radical. Parece que aceptamos como una verdad de sentido
común que el trabajo no es el lugar para ser felices o que esto es incompatible
con la eficiencia. Tal vez esta percepción sea de sentido común, pero no está
claro que sea verdad.
Sí es verdad que:
- Las personas dan lo mejor de sí mismas cuando lo que hacen es por placer
- Nos encaminamos hacia una sociedad en la que la vida personal y profesional están cada vez más interconectadas y que por ello el sentido de la vida personal se extiende al de la vida laboral
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