La fábrica de burbujas (2 años después)


No quisiera que se interpretara del contenido de este post una especial inquina ni ánimo revanchista hacia “los de arriba”, los gestores, los directores, los que mandan o como queramos denominar a los que dirigen las organizaciones empresariales y los ámbitos públicos. Muchos de ellos han sido y son referentes profesionales e incluso personales de los que intento aprender todo lo posible. Pero tampoco estoy seguro de cómo poder evitar transmitir una imagen generalizada de  déficit de valores, sin diluir el mensaje.

Esta crisis está evidenciando que las reglas de juego en los ámbitos empresariales / sociales y los responsables de desarrollarlas y aplicarlas, se mueven o sobrepasan los límites de la moralidad. Y por ello, también toca hablar de moralidad y de valores además de capacidad gestora, de eficiencia y de innovación tecnológica y organizacional.

Se percibe, tanto en ámbitos empresariales como en los de la gestión pública, una alarmante incapacidad para analizar situaciones y poner en marcha soluciones. La respuesta más frecuente de los gestores a los problemas es ganar tiempo apelando a la confianza, apoyándose en la “contabilidad creativa”.

La única medida realmente operativa  que se considera desde “el minuto 1” es la reducción de la masa salarial mediante la reducción de salarios y/o despidos. Pero ciertamente esta medida no requiere de ningún tipo de habilidad directiva. La sabe aplicar cualquiera. De hecho, en bastantes ocasiones,  debería ser  la constatación que evidenciara incapacidad gestora.

El deseo de ganar tiempo no suele formar parte de una estrategia de puesta en marcha de medidas correctoras. Se trata, generalmente, de aplicar la patada “palante” y a ver qué pasa. Esta práctica se convierte en el origen de las burbujas. Cuando la burbuja estalla se transforma  en una  sorprendente cantidad de pérdidas económicas encadenadas generadas, en algunos casos, durante muchos años con estas prácticas.

En ocasiones, las burbujas se hacen estallar cuando un contexto externo puede justificarlas (por ejemplo una crisis económica, un incendio, un conflicto diplomático o un cambio político). Pero, realmente, el origen suele ser muy anterior.

¿Y por qué es tan frecuente este “modus operandi”? Porque es aplicado por un pequeño colectivo de personas que tienen o asumen toda la responsabilidad en la resolución del problema. Ese problema se convierte en SU PROBLEMA (no en el problema de todas las personas que resultarán afectadas). Y su problema se transforma en conseguir justificar su capacidad para resolverlo y con ello su permanencia en el puesto. Por ello, los gestores apelan constantemente a la confianza (algo que se otorga pero que no se debería reclamar).

La creatividad financiera o contable pretende hacer ver lo que realmente no existe, tratando de reforzar con datos falsos, que son merecedores de confianza. Cada nueva patada “palante” se transforma en una nueva ampliación de contrato para los gestores.

Para que está práctica se generalice son necesarios dos supuestos que se cumplen frecuentemente: una fuerte cultura organizacional del positivismo no resolutivo sino estético y una insuficiente implicación de las personas en la resolución de “sus” problemas

Por todo ello, la participación de los empleados o ciudadanos no debe  ser solo una reivindicación ligada a la “democracia organizacional” planteada, en ocasiones, como una actitud voluntaria. La participación debe tratar de reforzar los lazos con la empresa o país, la transparencia, la implicación y la motivación. También debe permitir aprovechar la inteligencia colectiva y ejercer control sobre los órganos de gestión. La participación debe ser un deber, como lo es pagar impuestos.

Hace dos años compartí un post con el mismo título. Había olvidado su contenido. Al releerlo me convenzo de que, como algunas vacunas,  es necesaria una dosis recordatoria del mensaje porque no ha perdido un ápice de vigencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haga su comentario